Archivos para julio, 2015

Ich bin Enric Marco: El Impostor

Publicado: julio 29, AM en Cultura

Cuando estalló el escándalo Marco se esgrimieron una gran cantidad de argumentos contra Marco; aunque, también alguno a su favor. En el momento de explosión de esta bomba informativa yo era joven, me picaba el gusanillo de la curiosidad por entender a este hombre y el porqué de sus mentriras. Ahora, con ayuda de Javier Cercas en su libro El Impostor, voy a tratar de desmontar los argumentos en favor del Señor Enric Marco.

El principal argumento contra Marco era insostenible, el que hablaba a su favor también. El principal argumento que se esgrimió contra Marco apenas necesita refutación. La impostura de Marco es un combustible ideal para los negacionistas, entendiendo por tales quienes proclaman que los nazis no eran tan malos como ahora se dice, que Auschwitz no fue un matadero industrial y que los casi 6 millones de judíos muertos son un invento de la propaganda sionista. Apenas hubo en España un comentarista que, a propósito del caso Marco, no repitiese ese argumento. A nuestro hombre le preocupaba bastante que el único daño real que hubiese hecho furea dar aire a los negacionistas. Mientras el estaba en la cresta de la ola, con sus charlas cómo líder de la Amical de Mauthausen, sus esfuerzos se centraban en no dar aire a los negacionistas que amenazaban con borrar de la memoria del planeta a las víctimas del peor crimen de la humanidad.

Todo esto es un disparate. Una locura. Una tontería. Los horrores de los nazis son uno de los hechos más conocidos y mejor documentados de la historia reciente, y a principios del siglo XXI los negacionistas no pasan de ser cuatro anormales perfectamente identificados y tan peligrosos como quienes afirman que la Tierra es plana o que el hombre nunca pisó la Luna. Esta clase de gente no necesita combustible alguno: se alimenta sola. De hecho, que yo sepa, los negacionistas sólo han intentado usar el caso Marco a su favor en una ocasión. Fue en 2009, cuando la Audiencia Provincial de Barcelona juzgaba a Óscar Panadero (propietario de la librería Kali, acusado de dirigir una organización neonazi), y el librero se negó a contestar al abogado que representaba a la Amical alegando que Marco había sido su presidente. Era un alegato absurdo: tan absurdo como si se hubiese negado a contestar al abogado porque aquel día estaba lloviendo o porque hacía sol. Tan absurdo como pensar que pueden ponerse en duda los crímenes nazis porque alguien que dijo que los había sufrido en realidad no los había padecido, o como pensar que puede ponerse en duda la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York porque Tania Head, quien durante mucho tiempo fue la presidenta de la asociación de las víctimas del atentado, era una impostora y el 11 de setiembre de 2001 ni siquiera estaba en la ciudad. En realidad, a estas alturas el debate sobre el negacionismo del Holocausto es un debate muerto, o como mínimo agonizante: sostener que está vivo sólo delata ignorancia sobre la realidad del Holocausto y las discusiones que giran en torno a él. O como en el caso Marco y de muchos combatientes contra el negacionismo, un deseo de magnificar su combate creando un enemigo ilusoriamente poderoso.

El principal argumento que se esgrimió a favor de Marco al estallar el caso es igual de incoherente pero más sofisticado que el anterior. La sofisticación es lógica: el desafuero perpetrado por Marco resulta tan palmario que salir en su defensa con alguna seriedad parece una empresa reservada a cínicos, sofistas o inteligencias intrépidas (o temerarias). Es verdad que el señor Marco nunca estuvo en Flossenbürg y que es un mentiroso. Pero es un mentiroso que decía la verdad: su minúscula mentria sirvió para difundir la ingente verdad de los crímenes nazis y, por lo tanto, no es condenable, o no es tan condenable como otras.

El argumento, ya digo, es insostenible, aunque cueste más trabajo refutarlo que el anterior. De entrada porque plantea dos problemas. El primero es descomunal, pero su formulación nos lleva a una pregunta senzilla: ¿es moralmente lícito mentir? A lo largo de la historia, los pensadores se han dividido respecto a esta cuestión: relativistas y absolutistas. Contra lo que cabría suponer, poerque el pensamiento tiende de manera indefectible a lo absoluto, los mayoritarios son los relativistas, aquellos que como Platón o Voltaire, razonan que la mentira no siempre es mala y a veces es necesaria, o que la bondad o la maldad de una mentira dependen de la bondad o la maldad de las consecuencias que provoca: si el resultado de la mentira es bueno, la mentira es buena; si el resultado es malo la mentira es mala. Por el contrario, los absolutistas argumentan que la mentira es en sí misma mala, con independencia de sus resultados, porque constituye una falta de respeto al otro y, en el fondo, una forma de crimen, como dice Montaigne. Pero incluso Montaigne que era gran defensor de la verdad defiende en un esayo recordando las nobles mentiras platónicas.

En realidad, hasta donde alcanzo sólo Immanuel Kant llevó a su límite lógico el principio absolutista de la veracidad. Kant puso un ejemplo célebre: supongamos que un amigo se regugia en mi casa porque lo persigue un asesino. Supongamos que el asesino llama a la puerta y me pregunta si mi amigo está en casa o no. En esta situación Kant afirma, mi obligación moral no es mentir sino, como en cualquier otra situación, decir la verdad: mi obligación no es decirle al asesino que mi amigo no está en casa, aun a riesgo de que entre y lo mate.

A Kant no le faltan razones, la más importante: la que desprende del imperativo categórico, según el cual hay que obrar de forma que podamos desear que todas nuestar acciones se conviertan en principios universales, válidos para todos. Traducido al ejemplo anterior, esto significa que a corto plazo mi mentira quizá provocaría el pequeño bien de salvar la vida de mi amigo, pero, dado que la sociedad se funda en la confianza mutua entre los hombres, a lorgo plazo acabaría provocando el enorme mal del caos absoluto. El argumento es impecable aunque seamos muy pocos los que queramos darle la razón entera a Kant.

Los defensores de Marco sostienen que las mentiras de Marco eran mentiras nobles. Sostienen que sí, fue un impostor, pero, como de sus labios jamás salió una falsedad histórica, sus ficciones dieron a conocer urbi et orbe la realidad de la barbarie del siglo XX y, por tanto, sus mentiras fueron buenas. Aquí reside el problema: ¿jamás salió una falsedad histórica de los labios de Marco? Supongamos por un momento que sus mentiras fueron altruistas y didácticas y no eran mentiras narcisistas y, por tanto, no mintió por protagonismo. Veamos el resultado de sus mentiras no el origen. Aquí la pregunta es ¿mentía Marco con la verdad?

Por supuesto que no. Aunque siempre procuró documentarse a fondo, leyendo libros y empapándose de los relatos escritos y orales de los supervivientes, Marco a menudo cometió errores e inexactitudes, de forma que sus relatos son con frequencia una mezcla de verdades y mentiras, que es la forma más refinada de la mentira, pero, al fin y al cabo, una mentira. Marco combina ficción y realidad, sin querer, por ignorancia o descuido. En ambos casos el resultado es idéntico. En su relato de la liberación de Flossenbürg publicado por la revista de historia L’Avenç, Marco afirma que, al igual que en otros campos de concentración, en éste existía una cámara de gas. Falso: en Flossenbürg nunca hubo una cámara de gas.

En El Impostor Javier Cercas utiliza varias expresiones para referirse a Enric Marco: unas veces Marco, otras Enric, nuestro hombre, Don Quijote, Alosno Quijano, un novelista, genio… pero a mí, la que más me gusta es la de poeta. Lean el libro y sabrán el porqué. No tiene desperdicio.

impostor enric marco

Desmontando a Pío Moa

Publicado: julio 4, AM en Cultura, Reflexiones

En una conversación de intelectuales, la llamaremos así, por qué no?, nos dedicábamos a debatir sobre el siempre polémico Pío Moa. La persona encargada de su defensa era un homre, de unos cincuenta y tantos, llamado Ramón. A quien le tocó intentar desmotar sus argumentos y, también a los del personaje fue a mí.

La introducción de Ramón, resumida en una frase, rezaría tal que así: El problema que tenéis todos vosotros contra Pío Moa es que saca a la luz nuevos datos históricos y a los señores no les gusta que la realidad sea de esa forma. Por mi parte, empezé con una cita de Stanley Payne: “El asunto principal aquí no es que Moa sea correcto en todos los temas que aborda. Esto no puede predicarse de ningún historiador y, por lo que a mí respecta, discrepo en varias de sus tesis. Lo fundamental es más bien que su obra es crítica, innovadora e introduce un chorro de aire fresco en una zona vital de la historiografía contemporánea española anquilosada, desde hace mucho tiempo, por angostas monografías formulistas, vetustos estereotipos y una corrección política dominante desde hace mucho tiempo. Quienes discrepen de Moa deben enfrentarse a su obra seriamente y, si discrepan, demostrar su desacuerdo en términos de una investigación histórica y un análisis serio que retome los temas cruciales“. 

Una vez terminadas nustras introducciones nos sumergimos en su revisionismo. Moa ha centrado la gran parte de su obra en la Segunda República, la Guerra Civil y sobre el Franquismo. Nuestro personaje ha debatido con historiadores de la talla de Enrrique Moradiellos y Justo Serna. (A quién agradezco enormemente su ayuda y referencia para informarme sobre el tema).

Cómo apunta el Dr. Serna «lo que Moa hace es reproducir sus artículos o diatribas, sin dar noticia de expresa de la respuesta de este o de aquel historiador. Por tanto, el lector de su volumen queda sin saber qué argumentaba la otra parte. Pero ese procedimiento intolerable en cualquier discusión académica no es lo peor. Lo más escandaloso es la aleación textual del libro: junto a esas discusiones historiográficas, el volumen reúne textos circunstanciales, de política actual, artículos, panfletos y proclamas.» Bien, esto parece ser una mezcla entre historiografía y sus altreaciones.

Su forma de argumentar no tiene ni pies ni cabeza, no sigue ninguna norma, por pequeña que sea, de argumentación. Los tesimonios y las fuentes los llega a utilizar con una gran dudosa función. Volvamos a ver lo que nos comenta el Dr. Serna: «Cuando éstos (los testimonios y fuentes) se atienen a la tesis previa que se desgrana en el libro, cuando aquéllas se ciñen a lo que quiere sostener, entonces se cita al adversario, incluso al enemigo, de quien se podrá tomar una u otra frase que se acomode al esquema interpretativo. Cuando así ocurre, Moa  no se pregunta por la verdad de ese testimonio. Sin más admite la certeza o el acierto, justamente porque confirman lo que él ya sabía de antemano. Cuando, por el contrario, el documento (del mismo testimonio, por ejemplo) contradice el hilo argumental, entonces lo atribuye a la falsedad o a la doblez o a la ceguera o a la ignorancia del testigo. Es decir, el expediente del ensayo (género nobilísimo donde los haya) le sirve para justificar su pereza documental o para legitimar sus temeridades interpretativas con frases sacadas de texto o de contexto.»

Ésta puede que sea una de las razones principales por las que los historiadores profesionales no hayan querido entrar en el debate con él. Sabiendo su ‘modus operandi’ y, sobre todo, los padrinos que posee (Libertad Digital y todo el entorno de Federico Jiménez Losantos que llega hasta Cadena Cope y esRadio) los intelectuales han preferido qudarse al margen. Otra razón puede ser la propagandística, es decir, tener confrontaciones con el sujeto es darle la publicidad que quiere, pues se desenvuelve como nadie en estas esferas.

Un caballero fundó la editorial Fénix en la qual ha publicado sus innumerables ejemplares en los quales cree desmembrar y iluminar ese oscuro mundo que cree que la izquierda de nuestro país es. Pero creo que si el servidor piensa que aclara la historia frente a las grandes mentiras marxistas, no serán ni un negocio ni una persona acreditados. Así es: tiene un público muy fiel aunque bastante escaso, en el qual ven al cancerbero del Generalísimo Franco.

Este caso editorial es el de Ricardo de la Cierva. Pero lo que distingue a nuesto hombre del señor De la Cierva es la retórica (bastante efectiva) que yace en el señor Moa. El profesor Serna los explica muy bien. Veámoslos: «Primer recurso: dice escribir historia en defensa  de la democracia, desvelar las trampas de los socialistas o de los republicanos para mostrar la naturaleza antidemocrática de la izquierda, su irremediable estalinismo, sean cuales sean su origen o su época. Vista una izquierda, vista todas, dado que la actual invoca o exhuma el recuerdo de aquella experiencia republicana. Por tanto, la identificación del presente con el pasado resulta la conclusión inevitable, fatal. Los socialistas de hoy son un calco de los socialistas revolucionarios.Si, además, dicha revelación se hace apelando a la democracia liberal, entonces el público potencial es mayor, afín al sistema parlamentario, pero debelador de una izquierda de comportamientos bolcheviques.» No importa si los comportamientos bolcheviques hayan desaparecido. Con lo que hay que tener cuidado es con los totalitarismos que llevan en su ADN y, por tanto, siguen siendo enemigos de la democracia. Propaganda a diestro y siniestro.

Aquí reposa su segundo recurso: la cobertura de los medios que le ofrece su gran amigo y padrino Jiménez Losantos. Todos sabemos cómo actúa el locutor: agitando y haciendo proaganda con la pulcritud del método leninista o maoïsta. El método de los ‘enemigos de la democracia’.

Veamos algunas reglas de la Propaganda Política (libro de Domenach). En primer lugar el enemigo común: para Moa son los socialistas y la izqueirda de los años treinta y actuales. En segundo lugar la desfiguración: dar bombo a la información que le interesa y ‘herir al adversario’. En tercer lugar la orquestación. Para Moa la revolución de 1934 es el inicio conspirativo de la izquierda de todo lo posterior. Prueba de ello es la visión conspirativa de los atentados del 11-M. Llegamos al cuarto lugar: la propaganda política. Así nos lo explica el Dr. Serna: «la propaganda eficaz no inventa de la nada, no crea algo inexistente, sino que, por el contrario, opera sobre un sustrato preexistente de ideas, sentimientos o necesidades, una serie de preocupaciones o de evidencias de la ciudadanía que, debidamente transferidas y manipuladas, parecen ser evidentes y propias.  Moa no dice nada  nuevo que el sentido común franquista no haya dicho ya, pero en vez de revestirlo con un aparatoso envoltorio franquista, lo justifica con un bla-bla-bla demoliberal.» En último lugar el contagio: hay que hacer llegar la información para contagiar a la gente indiferente. Aquí el papel que juega Libertad Digital es vital para la infestación.

Pasemos a la disciplina histórica. Un hecho histórico u objeto histórico no se iluminan de un día para otro. Hay unas reglas, un método a seguir. Antes que nada, hay que leer una bibliografía sobre el hecho u objeto histórico para informarse y plantear hipótesis. Hay que tener paciencia. Posteriormente de haber terminado con la biliografía y realizada la hipótesis, en la investigación se exige una exploración de documentos y archivos. Con toda la información y testimonios construirá historia y, repito, es una tarea laboriosa que exige paciencia.

Cumplimentados todos éstos pasos con paciencia y rigor llegamos al tema de la redacción. Aquí no es un todo vale. Requiere inteligiencia y destreza. Hay que saber transmitir, comunicar la información y generar un efecto de curiosidad al lector. Que se sentirá antraído por la curiosidad y querrá saber más.

Bien, superados los problemas del método histórico, aún nos queda un problema, y no es para nada pequeño. La propaganda de Moa. En la sociedad de nuestros días hay medios de comunicación, numerosos y de todo tipo. Cómo debe ser. Los historiadores han pensado que su no integración en los medios se paliaría con divulgación. Cómo dice el professor Serna «El historiador no puede dejar de conectar lo que trata, lo que aborda, con el tiempo histórico en el que vive. Si exhuma el pasado como si éste tuviera valor en sí mismo, el lector menos informado probablemente  se desinteresará, creyendo que esas piezas desenterradas nada tienen que ver con él. Pero lo que el historiador no puede ignorar es el estado general de la comunicación que hoy hay.» En nuestro país los Revisionistas ven que sus agitaciones y propagandas surten efecto.

Al tiempo que los Revisionistas se centran en todos los medios de comuniación, los historiadores, serios y metódicos se dedican a la divulgación dejando que vendedores de mercadillo ocupen el gran espacio comunicativo. Decía Stanley Payne que «los críticos adoptan una actitud hierática de custodios del fuego sagrado de los dogmas de una suerte de religión política que deben aceptarse puramente con la fe y que son inmunes a la más mínima pesquisa o crítica. Esta actitud puede reflejar un sólido dogma religioso pero, una vez más, no tiene nada que ver con la historiografía científica”.

Agradecer enormemente la ayuda que me ha prestado el Profesor Justo Serna al proporcionarme la información para poder llegar a desmontar a Pío Moa. Su artículo completo lo pueden ver aquí:

– http://justoserna.com/2009/11/25/pio-moa/